miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Pájaro Encantado


   Hace cientos de miles de millones de años (mirad si hace años que hemos cambiado de siglo y de milenio desde entonces...), escribí un cuento infantil. No sé porqué me dio por escribir un cuento (estaría cansada de estudiar y me tomé un rato de relax... o estaba aburrida... no sé... o simplemente estaba haciendo un viaje astral...), pero lo hice. Sabía que lo tenía guardado y por dónde lo tenía (que soy una mujer muy ordenada yo). Lo he sacado, lo he leído, lo he copiado, he resaltado con colores los diálogos de los personajes (que me parece muy apropiado para que los niños identifiquen quién habla si el narrador no lo especifica), asociando un color por personaje y aquí os lo dejo. Poneos cómod@s.


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EL PÁJARO ENCANTADO

   Hace muchos, pero que muchos años, en unos lejanos bosques que ahora nadie conoce, habitaba un niño llamado Pete. Vivía él solo en una humilde cabaña hecha de piedra con techo de paja. Estaba pintada con una especie de pintura blanca que él mismo hacía con las hierbas y demás naturaleza que rodeaba su casa. Tenía una cama en la que dormía, un pequeño baño en el que se aseaba (aunque a él le gustaba más bañarse en el río) y un rinconcito al que llamaba “mi sitio” en el que cocinaba los alimentos que la madre naturaleza le daba. De vez en cuando bajaba al pueblo para conseguir pan, huevos, leche y un poco de carne. Pescado tenía todo el que quería.

- Buenos días Pete. ¿Qué te trae hoy por aquí?
- Buenos días, señora Matilda. Vengo a traerle el pescado que me pidió la semana pasada. Esta misma mañana lo pesqué. Le traigo una trucha, un salmón y unos cuantos cangrejillos. ¡Anda que no estaban rebeldes! Por poco me quedo sin dedos.
- Ja, ja, ja – rió la señora con gesto aburrido – no será para tanto. Oye, ¿Has pensado alguna vez en venir al pueblo a vivir con nosotros? Allí arriba, tan solo, no tienes que estar bien. Sabemos que allí eres libre, que haces lo que te viene en gana, pero te hacen falta más amigos con los que poder hablar, jugar, compartir…
- Mire señora, no quiero ser maleducado, pero estoy cansado de decir ¡que no me vengo! ¡que estoy muy a gusto solo! Si quisiera vivir aquí ¡ya lo habría hecho! Bueno, tengo prisa, perdone si he sido grosero –se disculpó Pete – y deme lo acordado.

   Caminando hacia el bosque con su cesta de huevos y carne, Pete vio algo que jamás, jamás había visto. Era el pájaro más bonito que había visto en toda su corta vida (ya que sólo tenía 12 años). Esos colores tan vivos, rojos, azules, verdes, amarillos, …, nunca había observado otro pájaro igual. ¡Y era enorme! “¿Qué será? ¿De dónde vendrá?”, pensó Pete. Sin quitar la vista de aquel pájaro, entró en su casa y se dispuso a preparar la comida.

   Dejó la cesta en una mesa de nogal que tenía hecha por su abuelo. Su abuelo murió hace muchos años. Era el único recuerdo que tenía. Encendiendo el fuego, observó que, a través de la ventana, aquel maravilloso pájaro, le observaba. Tenía miedo. Mucho miedo. Hacía mucho que no se sentía igual. El creía que era muy valiente. Nada le asustaba. Pero aquel pájaro, por muy bonito que fuera, empezaba a asustarle. El pájaro seguía al muchacho con su mirada a todas partes como si algo quisiera contarle. Pete se asustaba cada vez más. En un descuido del pájaro, salió corriendo a buscar un palo para atizarle. El palo debía de ser grande, muy grande. “No puedo matarlo con un simple palo”, pensó. “Debe ser el más grande palo jamás encontrado, un palo que nadie haya visto en la vida. Y ese palo lo voy a encontrar yo”.

- Yo que tú no haría eso.

Pete se asustó.

- ¿Quién ha dicho eso? ¡Se supone que nada en la naturaleza habla excepto los humanos!
- Te equivocas.
- Y que yo sepa, ¡el único humano que hay aquí soy yo!
- Te vuelves a equivocar.
- ¡Sal de ahí, cobarde, si te atreves a dar la cara! ¡Puedes saber que seas lo que seas no me das miedo!
- Me alegra saber esto, porque necesito tu ayuda.
- ¡Pues sal, que te quiero ver! ¿O es que eres tan feo que no quieres que te vea?
- Aaaaaaaayyyyyyyyy – dijo aquella misteriosa voz – Siempre equivocándote.

En aquel mismo instante, la voz misteriosa se dejó 

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Tútútútútútútútútútútú! ¡No me sigaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas! ¡Veeeeeeeeeeeeeeeeteeeeeeeeeeeeeeee! – dijo Pete con miedo - ¡Aléjate!

   Entre las ramas de un enredado roble, apareció aquel pájaro que tanto le había gustado pero que a la vez le había asustado.

- Tranquilo Pete, que no te voy a hacer daño.
- ¿Qui-qui-qui-qui-qui-qui-qui-én-én-én quién e-e-e-res- tútútútú tú? – tartamudeó Pete - ¿Y có-cómo sabes mi-mi nombre?
- Yo lo sé todo – contestó con gran serenidad el pájaro de colores -. Todo lo veo, todo lo que pasa a mi alrededor lo siento, sé todo lo que todos saben, y soy más viejo que nadie.
- ¿Por qué has venido a hablar conmigo? – preguntó Pete, más calmado que antes -. Antes me has dicho que necesitabas mi ayuda. ¿Qué te pasa? ¿Por qué has venido a mí y no a otra persona más mayor y más sabia que yo? Poco puedo hacer, porque no sé nada.
-  Siéntate y escucha.

   Sentado en una gran roca situada en el centro del frondoso bosque en el que vivía, estaba preparado para escuchar con gran atención lo que aquel pájaro tenía que decirle (o quizá no era el pájaro que él creía que era).

- ¿Conoces el castillo levantado en lo alto del monte Frewton?
- ¡Sí, lo conoce todo el pueblo! ¡Es el castillo encantado! Bueno, eso dicen los más viejos. Lo que sé es que nadie ha ido allí por muchos años. Dicen que allí hay…
- ¿Una bruja? – le interrumpió el pájaro.
- ¡Sí! ¿Conoces la historia?
- ¿Y tú?
- Lo que me han contado.
- ¿Y qué te han contado?
- Pues… - se quedó un momento pensando -… que… - de nuevo hizo otra pausa -… hace muchos años, cientos de años, vivía un mago que fue hechizado por esa bruja y desapareció.
- ¿Quién desapareció? – el pájaro sabía bien quién desapareció.
- Pues el mago, te lo acabo de decir ¿Es que no me has escuchado? – preguntó Pete indignado.
- Dime una cosa ¿Tú crees que los animales hablan?
- No, claro que no.
- Entonces, ¿por qué hablo yo?

    Silencio. Mucho silencio. Pete no sabía qué responder. Aquel pájaro tenía razón. Los animales no hablan y, sin embargo, él sí. “Aquí ocurre algo pero no sé qué”, pensó. Pensó. Nada se le ocurría. El pájaro le miraba atentamente esperando una respuesta. Hasta que…

- Oye – dijo al fin - ¿verdad que tú conoces muy bien esta historia?
- ¿A qué viene esa pregunta? – contestó el pájaro con enfado.
- Bueno, lo siento ¿vale? Yo… pensé… que tú… podrías ser…
- ¿Quién?
- Él, el mago.

    “Por fin”, pensó el pájaro, “por fin me han reconocido”.

- Muy astuto chaval, muy astuto. Pues sí, soy yo. Hace cientos de años, como bien tú has dicho antes, yo vivía en aquel castillo. Me pasaba el día haciendo conjuros, cambiando cosas, curando a la gente que veía a verme.
- ¿Curabas?
- Sí, curaba. A mí me querían mucho. Hasta que vino ella.
- ¿La bruja? – preguntó Pete con gran interés.
- Si, ella, Medga. Malvada, despiadada, todo lo contrario que yo. Vino, me quitó el castillo, me lo robó todo, me conjuró y… aquí me ves.
- ¿Y qué papel tengo yo en todo esto?
- Puedes ayudarme. Un niño puede ayudarme, y sólo puede uno, y eres tú.
- ¿Y yo qué puedo hacer?
- Venir conmigo al castillo. ¿Quieres ayudarme?
- Claro, ya eres mi amigo, ¿no?
- Por supuesto que soy tu amigo, si no, no hubiese recurrido a ti. Vamos.

   Atravesando aquel pletórico bosque, Pete y su amigo, que aún no sabía cómo se llamaba, se dirigieron hacia el castillo. Tuvieron que parar para descansar y comer algo, ya que sus estómagos no aguantaban más.

   Al final, en la alto del monte Frewton, se alzaba el gran castillo.

- Cómo ha cambiado todo esto.
- ¿De veras? Yo siempre lo he visto así.
- Ja, ja, ja – rio divertido el pájaro – Lo sé.
- ¿Por qué te has reído? A mí no me ha hecho gracia.
- Porque hacía cientos de años que no venía por aquí.
- Aaaaaaaaah, entiendo – todavía no sabía de qué iba la cosa.
- Tú ve por la puerta de delante, yo iré por el torreón.

   Sigilosamente, Pete se acercó y dio un enorme salto que le sirvió para trepar por la gran puerta de entrada. Subió y subió hasta que el muro pudo saltar.

   Se dio un gran golpe. “¿Dónde estará él?”, pensaba. “¿Cómo puedo llegar allí arriba?”. Sin haberse dado cuenta, a su lado se encontraba una gran escalera de madera, muy vieja, viejísima. “Seguro que cuando hicieron esta escalera no había nacido ni el mago”. La cogió y empezó a subir por ella. El suelo se iba alejando cada vez más de sus pies. “Podría volar”, pensó. “Podrían conjurarme y volar como él”.

- No sería mala idea.

   Una voz vieja, desgarrada por los años y de mujer, escuchó momentáneamente.

- ¿Medga? ¿Dónde está él?

   Nadie contestó. “Me lo habré imaginado. No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo miedo. No-ten-go-mie-do”.

- Me alegra que no lo tengas, así será más fácil para mí.
- ¿Fácil para qué? – inquirió Pete con mucho miedo.

   De nuevo nadie contestó. “¿Me estaré volviendo loco?”.

- No, no lo estás. Sólo eres un inocente, repulsivo y repelente niño asustado.
- ¡Sal, vieja, que no me das ningún miedo!

   Avanzando por los largos y fríos pasillos que habitaban el castillo, vio una resplandeciente luz que procedía de una de las habitaciones. “Qué mal huele, huele a moho, a humedad ¡y tengo mucho frío! ¿Es que aquí no hay ninguna chimenea en la que pueda echar leña y calentarme?

- Sí, al fondo del pasillo.

   Finalmente e ignorando aquella voz que no sabía de dónde venía, entró en la habitación de la cual tanta luz salía. Allí estaba él. En una gran jaula de oro.

- ¡Amigo!... digo… ¡Mago! ¿Qué haces ahí?
- Ten cuidado, Medga puede estar por aquí.
- Está, te lo aseguro. La he oído.
- ¿La has visto?
- No, sólo la he oído.
- Ahora escucha con atención: debajo de esta jaula, en el suelo, hay una pócima que hace años preparé para deshacer los conjuros de Medga y terminar con ella. No la he usado nunca para deshacer el mío porque desde que me lo hizo no he podido entrar – el chico hizo un amago de hablar, pero el mago le paró -. Necesitaba además a un niño para hacerlo, y a ti llevaba mucho tiempo conociéndote. Cientos de años conociéndote.
- ¿Cómo? ¿Cientos de años? ¡Si solo tengo doce años!
- De acuerdo, tienes doce – le explicó el mago -, pero has estado presente siempre en la naturaleza: en los árboles, en los animales, en el río, en el cielo, en todo…
No lo entiendo.
- Lo sé, yo tampoco lo comprendería, pero es así. Estuve presente cuando naciste y esperé a que tuvieras doce años para que pudieras ayudarme. Sabía que ibas a ser tú quien me salvaría de Medga. Por cierto, no me he presentado formalmente. Me llamo Ruylow.
- ¡Sí! Ahora lo recuerdo. La leyenda decía que el mago se llamaba Ruylow, y que un ser humano podía salvarle. No sabía que ese era yo.

   Se agachó, levantó la baldosa del suelo y, efectivamente, allí estaba la pócima.

- Ahora dámela, date prisa, antes de que venga ella – se apresuró el mago Ruylow.
- No vayas tan rápido. Deja esto donde estaba, bonito. ¡Uy, perdona por lo de bonito! A lo mejor te he ofendido. O mejor, dámelo a mí – dijo la bruja.
- ¡Corre, tíralo! – ordenó el mago - ¡Corre!

   Apresurándose, Pete hizo lo que el mago le ordenó ante la atónita mirada de la bruja.

   Gluc, gluc, gluc, gluc. Una luz como la del sol apareció de repente en la habitación. La jaula se rompió, el mago volvió a ser humano y todo el castillo cambió su aspecto. Con ella había sido destruido totalmente y todo estaba feo, negro y oscuro, roto y derruido. Volvía ahora a estar todo normal.

- ¡No, no puedes hacer esto, es mío, todo mío!
- Tú me lo quitaste. Ha llegado tu final.
- ¡No, por favor, ten piedad! ¡Perdóname, por favor! Seré buena.
- Lo siento, pero ha llegado el momento. Hasta siempre, Medga.

   Con un fuerte resoplido como consecuencia final de la pócima, hizo desaparecer a la bruja malvada. Para siempre. Medga acababa de pasar a la historia.

   Pete fue al castillo a vivir con el mago Ruylow y le ayudaba en todo lo que podía, y lo que sabía.

   Creció allí y aprendió todo lo que su amigo el mago le enseñó. Ruylow murió de muy, muy, pero que muy viejecito y ahora era Pete quien se ocupaba de curar a la gente, saberlo todo y hacer lo que todos lo que los magos hacen. Porque claro, se había convertido en el Mago Pete.


FIN


 ***********


   Bueno, si habéis llegado hasta aquí es porque os lo habéis leído hasta el final. ¡Gracias! ¿Qué os ha parecido? Un título simple y una historia muy light. Cuando lo escribí tendría alrededor de 15 años, no tenía más... He de decir que lo he dejado tal cual lo escribí, no he cambiado ni un punto ni una coma, aunque sí he corregido alguna que otra pequeña falta leve de ortografía.

   Probablemente hoy lo hubiese escrito de otra manera, hubiese quitado alguna cosa y hubiese añadido otras, pero creo que para la edad que tenía... no está muy mal del todo.

   ¿Por qué he decidido sacarlo y compartirlo con tod@s? Porque no quería que se quedase olvidado en la carpeta metido dentro del armario, incluso puede que algunos padres se lo lean a sus hij@s y acabe gustando... ¡¿A ver si voy a ser una escritora en potencia?!...

   Con la magia de Internet y el maravilloso mundo de los blogs, estas pequeñas cosas no deberían quedarse en el olvido. Estas pequeñas y las grandes historias no son otra cosa que viajes astrales de quien las escribe.



   ¿Cuántas cosas por descubrir habrá guardadas por los armarios y los cajones?
...


(15/11/17)

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